Carta a mi Madre.

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Carta a mi Madre.

Recuerdo que ése fue el título de mi primer poema formal a mi madre; después de abandonar el “Mamita linda, quiero decirte que cada día, te quiero más”, me pregunto, ¿Cuántos de ustedes que me leen, declamaron ésas líneas en sus primeros años de colegio?, coincido en que más de uno, pues les decía que el nombre que le da el título a este post, fue mi primer poema, yo lo sentía super difícil de aprender ya que tenía 15 largas estrofas; de lo que les comparto, las primeras o mejor dicho las pocas líneas que recuerdo. Te escribo madre, dulcemente te escribo, yo se que estoy hecho de tu barro y de tu arena, que de tu imagen soy sombra apenas creada…. Y así seguía, por supuesto que de adulto me resultan algunas frases incoherentes, pero de niño me sentía el niño más importante diciendo cosas que a mis tiernos 7 años ni entendía. Lo que si entiendo perfectamente es la carta que hoy escribo a mi madre, esa carta que todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos pensado en hacerle a ese ser único y maravilloso que nos ha dado el don de la vida. Recuerdo perfectamente de niño, cuando sentía miedo en la oscuridad y mi madre me decía desde acá te estoy viendo automáticamente me sentía muy valiente: tengo más de un recuerdo, sentado en un banco, con los pies colgando, balanceándome desenfrenadamente, y ella me decía, deja de moverte así, que te vas a caer y dicho y hecho, era un augurio infalible, ya que era tremendo somatón el que llevaba y por supuesto cerraba con broche de oro diciendo ¡Te lo dije!, llegaba y me tomaba fuerte del brazo como regañándome, pero punto a seguir me abrazaba unos segundos, suficiente tiempo para curar hasta el golpe más doloroso. En mi etapa de adolescente recuerdo muy bien, al puberto contestón, que todo lo sabe, que nadie absolutamente nadie, incluyendo a sus padres, sabe más que uno, y todo los consejos sólo son pura gana de fregar y de hacerle a uno la vida imposible, ya que nadie lo entiende a uno, nadie le da a uno lo que realmente se merece, en fin esa edad en la que sentimos que nada nos enferma, nada nos asusta, somos invencibles, los más inteligentes, los mas cool. En mi edad adulta, recuerdo como irme tragando palabra por palabra, las muladas de mi adolescencia, recuerdo a esa madre exactamente igual, con la misma actitud, con los consejos siempre sabios, y con la recomendación oportuna, eso si, ésta vez ya había tenido mis encuentros con la realidad, y esas palabras y recomendaciones, eran las que me hubiesen evitado dolores de cabeza, lo importante que no fue tarde para tomarlas, y corregir a tiempo. Recuerdo a aquella mujer, aquella noche, aquellos momentos, un olor  intenso a nardos, el bullicio de la multitud entre amigos y familiares, todos hablaban a nadie se le entendía, podía perderme entre la cantidad de cigarrillos encendidos, yo cargando un dolor muy fuerte, ella dándole el último adiós al hombre de su vida, el que la enamoró, con quien conoció el verdadero y único amor; con el que procrearon una gran familia, con el que discutieron muchas veces, con el que celebraron otras más, ese hombre con el que dijeron una noche como hacemos para estirar el dinero, que ya no nos alcanza, con aquel hombre que hicieron la mancuerna perfecta por más de 55 años, ese gran hombre era mi padre. Mi viejita, recuerdo sus ojitos tristes, pero su porte y presencia siempre impecables, éste recuerdo viene a mi mente, de aquella tarde cuando me avisaron que mi padre había fallecido, lo primero fue salir desesperadamente para casa, los pensamientos de mi vida con mi padre nunca dejaron de aparecer en mi mente en el trayecto al lugar, lo primero que busqué al llegar a casa fue a mi madre, la encontré en un rincón, nuestros ojos se encontraron, nuestras lágrimas comenzaron a correr, sin hacer ruido alguno, sin mediar palabra, la tomo de las manos, le doy muchos besos en las manos, sus manos temblorosas fueron humedecidas con mis lagrimas, la abracé muy fuerte y juntos sin decir nada empezamos a recorrer la película romántica de la historia de amor de su vida con mi padre; cuando nuestras lágrimas se intensificaban más, era cuando nuestras almas gritaban, lo vamos a extrañar, que dolor más grande. Llegó el día del sepelio, recuerdo estar a su lado tomándola del brazo, hasta el último momento, recuerdo que cuando dirigí algunas palabras a los asistentes, haciendo un rápido recorrido por mi niñez con mi padre, ver a mi viejita como se derrumbaba, para lo que tuve que agradecer nada más a los asistentes, y unirme en un abrazo a ella, a su vida, a su alma,  a nuestro dolor. Gracias Mamá, gracias por saber cuando estoy feliz por más que lo oculte, gracias por entender cuando no van las cosas tan bien, aunque sea un extraordinario actor para no demostrarlo, gracias por ese silencio que haces, siempre que preguntas ¿Pero estás bien?, ya que es cuando entiendo que conoces más de mi, de lo que me imagino.  Gracias Viejita, por haberme dado los mejores años de tu vida, y premiarme con disfrutarlos juntos, hasta el día de hoy; gracias por tu empeño, tu energía, tu entereza, tu inteligencia, tu astucia, tu perspicacia, y todos aquellos rasgos que de ti heredé y que queda en evidencia cuando alguien nos dice, es que es el mismo carácter, no te imaginas los orgulloso que eso me hace sentir, ya que me comparan, con el ser más extraordinario, valiente, luchador, completo y bueno que me dio la vida, tu, mi maravillosa madre.

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